Geisha
1992 – 1993

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¿Queda alguna posibilidad de lograr que la narrativa visual se haga presente con los artilugios del pigmento? La primera vez que vi los cuadros de geishas de Yishai Jusidman tuve que admitir que sí. Mi sorpresa fue incluso mayor porque ya estaba advertido de su comporta – mien to, lo que demuestra que saber cómo se verá y ver no es la misma cosa. En efecto, entonces ni siquiera los reconocí como pinturas; me parecieron un grupo de tablas blancas que des – cansaban sobre la pared: “lienzos vírgenes” (no puedo reprimir la risa ante esa metáfora de pudor visual). Sólo más tarde, con la pupila dilatada, mis ojos se fueron adaptando a la sutileza de las variaciones del blanco que los conforma. Empezaron a aparecérseme en ellos los perfiles, las miradas vacías y gesticulaciones congeladas de unas geishas. Todavía alguien podría reclamar: “cuadros mágicos”. Registrar el truco, aplaudir la ilusión, dejar una moneda y seguir de largo. Pero ahí está la diferencia: tras su revelación, los cuadros de Jusidman ponen en conflicto la calidad de lo que en ellos aparecen. Derivamos de la sorpresa con que se nos entregan hacia un estado sentimental ambiguo, tan difuso como el blanco indiferenciado de los primeros segundos de nuestra aprehensión de ellos.
—Cuauhtémoc Medina,
La dictadura del espectador, 1995

Las pinturas de Geisha extienden mi exploración del encuentro de carne y pigmento en el plano pictórico, pero en este caso con respecto al fenómeno de la seducción de la pintura. Dirijo tales obras primeramente al público refinado que se ha acostumbrado ya a la pintura monocroma. A pesar de haber sido un instrumento en extremo poderoso y codiciado a lo lar – go de la historia del arte, la vanguardia ha visto frecuentemente con desconfianza la seducción en pintura. Sin embargo, el hecho de que la pintura puede ser seductora es una de las razones por la cual se distingue entre otros objetos del deseo. Uno no cae presa de una pintura si desde el principio no está dispuesto, y tampoco lo haría uno si de antemano la pintura desiste de llamar la atención. Al entender la seducción como una complicidad entre el agente seductor y la voluntad del seducido, la seducción sigue siendo una vía a través de la cual la pintura puede generar y sustentar relaciones prolongadas con individuos dispuestos a ello.
—Yishai Jusidman