(05-May-1999).-

Una memoria de María

El pasado 27 de abril murió María Guerra, tras un intempestivo cáncer pancreático. Apenas hace unos meses ella todavía se paseaba con su acostumbrada energía por los centros culturales de Europa, detallando la curaduría de Desalojo, una ambiciosa muestra de instalación contemporánea a presentarse en San Ildefonso el próximo año. La enfermedad no se apiadó de la ilusión de María por ver realizado este proyecto. Su deceso, prematuro y trágico, afecta entrañablemente a quienes fuimos sus amigos y tuvimos la oportunidad de trabajar con ella.

Y es que en nuestro mundillo del arte las colaboraciones profesionales y la amistad por lo general son concomitantes, como también lo son la rivalidad profesional y la enemistad. Nadie mejor que María Guerra para ilustrarlo; sus convicciones no negociables y su desmesurada sinceridad la llevaron a cultivar tanto la apreciación de quienes entraban en su círculo como la hostilidad de quienes no. Con María no había medias tintas –ella sabía que en el arte, a diferencia de la política, no se gana por mayoría de votos.

María tenía el temperamento y la intuición del artista rebelde, y de hecho lo fue en su momento, aunque poco hablaría de esto con quienes la conocimos más tarde. Tras graduarse del Kansas City Art Institute en 1982, regresó a México para sumarse al equipo de Helen Escobedo en el MAM. Aquí desarrolló el performance multidisciplinario formando el grupo Atentamente, La Dirección, al lado de Mario Rangel, Carlos Somonte, Dominique Liquois, Vicente Rojo y Eloy Tarcisio. Con ellos coreografió, a lo largo de tres años, una serie de eventos que involucraban al público en proyecciones, música, instalación y acciones directas de los artistas. Posteriormente, María se unió al grupo Biota, reconocido en el underground performancero neoyorkino.

Durante su estancia en Nueva York comenzó a trabajar en la Scott Alan Gallery, una galería que intentaba tallar un modesto nicho para pintores mexicanos en medio de la desbordante euforia ochentera. Cuando la conocí por primera vez, por ahí de 1988, María ya no se presentaba como artista sino como directora de una galería. Me pregunto cuáles habrán sido sus razones para decidirse por promover arte contemporáneo en lugar de producirlo. ¿Agotamiento? ¿Aburrimiento? No, esto no podía decirse de María; ella tenía más cuerda que cualquiera. No tengo la información suficiente para comentar su obra, pero su inalterable reticencia a divulgar documentación de ésta me hace pensar que su retiro como artista requirió una inusitada dosis de modestia.

En todo caso, la experiencia artística colocaría a María en una situación especial como curadora, pues habiendo conocido en carne propia lo que es hacer arte pudo apreciar la producción contemporánea desde su práctica y no sólo desde sus discursos. De aquí que a María le interesaban menos las justificaciones y más los resultados, aunque nunca dejó de verse atraída por la teoría. Una beca de investigación que recién había obtenido de la Jan Van Eyck Akademie en Maastricth habría sido redimida tras su próxima exposición.

Como directora de la Galería Arte Contemporáneo, en 1991-92, María fue pionera en su apoyo al arte de vanguardia en México, y luchó para darle lugar a la producción post-nacionalista tanto dentro como fuera del país. Entre sus proyectos como curadora independiente destacaría La ilusión perenne (con Guillermo Santamarina, Art Center College of Design, 1991) Las nuevas majas (Casona II SHCP y Otis College of Art, 1993-94), Es mi vida, voy a cambiar al mundo (X-Teresa y ACME Gallery, 1995) y México Ahora, punto de partida (itinerante en museos de Estados Unidos, 1997-99).

María se empeñó en demostrar que nadie debía dudar del ojo de María Guerra. No había nada que le diera mayor placer que el impulsar, como ella pudiera, la trayectoria de los artistas jóvenes en cuya obra ella veía futuro. Muchos artistas fuimos favorecidos en menor o mayor medida por intervención de María. Incluso lo fueron los ahora más exitosos en la arena internacional –Julio Galán, Gabriel Orozco, Francis Alys. Con todo, María poco se benefició de las carreras que respaldó, y se sostenía invariablemente al borde de la bancarrota.

Sin embargo, la volubilidad, tanto material como emocional, no era algo que parecía preocuparle a María. Sus relaciones siempre estuvieron marcadas por extendidos y exagerados altibajos. Cierto, hizo fama por agredir a diestra y siniestra si sus impulsos así lo dictaban, pero a la vez nunca vaciló en ofrecer gestos de lealtad incondicional. María daba el contrapunto a las vanidades vacuas y oportunistas de nuestro medio al encarnar –hasta en perjuicio propio– esa furia primordial, ese conflicto irresoluble del cual el arte es consecuencia. Y es que sólo hubo una cosa con la cual ella fue constante hasta lo último: el arte como motivo y fin de toda su dedicación. Así, María nunca dejó de hacerle honor a su nombre: La Guerra, la que perdimos nosotros, y la que recordaremos en el silencio que su ausencia nos hereda.