¡Sistemático! (becados, mercados y pecados)

(14-May-1997).-
Sobre el Sistema Nacional de Creadores Artísticos

I.- Por cabeza

Hace un mes el FONCA dio a conocer la lista de los 232 afortunados “creadores” que recibirán apoyos de alrededor de 10 mil pesos mensuales por tres años, es decir de 360 mil pesos por cabeza que totalizan algo así como 83 millones de pesos. Estas cifras no dejan lugar a dudas sobre la generosidad del Gobierno para con los profesionales de la cultura del País. Sin embargo, para algunos de nosotros, los estrepitosos desembolsos del Sistema Nacional de Creadores Artísticos dan la impresión de estar todavía al margen de la sensatez.

¿Por qué se renovaron todas las becas de quienes las recibieron hace tres años? ¿Por qué se dan las becas a quienes patentemente no necesitan el apoyo económico? A estas preguntas por demás obvias se ha contestado que el ingreso de un artista al SNCA es un reconocimiento a la excelencia de su trayectoria. Pero si la “excelencia” en las artes debiera ser un juicio esporádico y selectivo (pues de lo contrario la valorización se torna superflua) no se entiende por qué, de 700 solicitudes incluyendo las de reingreso, uno de cada tres solicitantes recibe el reconocimiento.

El FONCA debe decidir qué espera del SNCA; si quiere ayudar a artistas necesitados podría instituir un fondo bajo los lineamientos de beneficencia de la Krassner-Pollock Foundation; o si lo que quiere es otorgar distinciones de prestigio, entonces debería de hacerlo con la mesura requerida. Combinar las dos cosas es una mala y despilfarradora idea.

Añadiendo a la falta de claridad del SNCA, las mensualidades de 10 mil pesos que benefician por igual a músicos, coreógrafos, cineastas, dramaturgos, escritores y artistas plásticos, probablemente suficientes para los gastos de las labores creativas de un pintor o un poeta, pero son apenas migas para un cineasta. Si el SNCA sólo pretende hacerles la vida más holgada a los artistas, cabe recordar que evidentemente esto no es sinónimo de promover la producción artística de calidad.

II.- De cabeza

En el campo de las artes visuales, cuyos productos son bienes comercializables para los que el mercado tiene un papel más que circunstancial, el FONCA todavía no encuentra la fórmula para integrar eficientemente el apoyo oficial a la producción artística-visual y, en especial, al peculiar contexto público en el cual ésta se desenvuelve.

Resulta una grave confusión de prioridades el que 88 pintores, escultores y fotógrafos integrados al SNCA reciban estímulos personales, mientras los museos oficiales carecen de presupuesto para adquirir obra y consolidar un acervo significativo. Si acaso se espera de los beneficiados que en agradecimiento donen alguna pieza seleccionada por ellos mismos, entonces también hay una grave confusión acerca de los mecanismos que en sociedad enjuician, valorizan, legitiman y sacan provecho de las obras de arte.

Las capacidades y decisiones de adquisición por parte de los museos carburan la dinámica del contexto artístico. Con estas adquisiciones se cristalizan las influencias de críticos y curadores al tiempo que se cimentan las bases mercadológicas de los artistas, ofreciendo respaldo a galeristas y coleccionistas. Al forzar al museo a depender de la beneficencia, el Gobierno silencia la resonancia requerida para el sano funcionamiento del ámbito artístico. Y una vez abandonado a merced de intereses oportunistas y monopolizantes, el museo termina por perder su prestigio en la comunidad y así también su autoridad.

III.- Con cabeza

Al menos desde que Andy Warhol con la complicidad del galerista Leo Castelli expuso en 1964 sus Brillo Boxes (simulacros de cajas de detergente que hubieran pasado desapercibidos fuera de la galería), las obras de arte en el ámbito internacional son identificables y categorizables sólo dentro del campo de batalla de artistas, críticos, curadores, historiadores del arte, filósofos de la estética, funcionarios culturales, galeristas, coleccionistas y aficionados informados. Fuera de este contexto, el arte es, a lo mucho, artesanía de lujo.

Tanto a nivel discursivo como performativo, el forcejeo público termina fomentando la calidad de la producción artística. Como parte activa de este forcejeo, un mercado del arte desarrollado no se rige simplemente por las reglas de la oferta y la demanda; incluye, como el mercado de valores, el juego de las expectativas de réditos futuros, pero trafica además con la ilusión de valor estético, el cual es un volátil conglomerado de predisposiciones gustativas e interpretaciones de significación, incuantificable pero sí negociable en argumentos apologéticos y críticos. El mercado del arte se ha vuelto ineludible en el pensamiento estético contemporáneo, al grado que muchos artistas, desde Warhol hasta Koons, han dejado huella jugueteando con el fenómeno de la comodificación.

Arte de tal envergadura es impensable en el contexto mexicano, todavía tan acongojado por su primitivo, proteccionista e idólatra mercado de arte cuyo valor de intercambio es la autocomplacencia y los delirios de grandeza. La dinámica colectiva que pudiera remediar estos males se verá truncada en tanto los historiadores se limiten a cantar nuestras glorias pasadas, la crítica se agazape en las adulaciones de catálogo, los escasos coleccionistas saboteen a nuestras escasas galerías, cientos y cientos de “creadores” sean premiados por su “excelencia”, y los artistas simulen amor cristiano mientras haya torta.

La engañosa realidad del arte contemporáneo nacional es doblemente desconcertante, pues los elementos requeridos para la conformación de un ámbito fértil ya existen (tradición artística, infraestructura para su difusión, voluntad de apoyo gubernamental, y también, concentración de riqueza). Lo que falta es concertar todas las partes y es aquí donde el FONCA y el Gobierno podrían echar una manita.

Los fondos que reciben “sus excelencias” del SNCA podrían ser canalizados para que comités integrados por los más lúcidos de nuestra comunidad artística seleccionen periódicamente obras significativas, para que sean incorporadas a nuestros museos en reconocimiento a su calidad y relevancia histórica. Entonces los artistas recibirían apoyos del Gobierno por concepto de ventas y no por su pose de desamparo. Además, si estos comités actuaran competentemente, los artistas comenzarían a verse apoyados por una crítica con creciente credibilidad, donde el debate y el diálogo inteligente contrarrestarían al compadrazgo y al diletantismo (males congénitos al arte). Con suerte, algunos suspicaces de hoy se convertirían en aficionados o incluso en coleccionistas, y por ende las galerías serían negocios menos catastróficos y habría más de ellas, y los artistas necesitarían menos del Gobierno para pagar la renta.

Sin duda son agradables las generosas dosis de apoyo del SNCA, pero éstas no proporcionan sino pasajeros sueños de opio. El FONCA puede ayudar a mejorar la situación de la comunidad artística con medidas dirigidas a eliminar las causas de nuestros padecimientos, propiciando la nutrición y el ejercicio de la crítica y el mercado en lugar de amputarlos e inventarse prótesis disfuncionales. Los presupuestos de adquisiciones para museos son apenas una de las medidas de urgente implementación. Hay que incluir también, por ejemplo, la reforma al régimen fiscal que hoy obstaculiza el desenvolvimiento del mercado del arte (tema que ya traté anteriormente) y una reconfiguración de la educación artística superior que por décadas se ha sometido a los caprichos de los sindicatos del INBA (tema que trataré en el futuro).