Síndrome Blockbuster
(01-Abr-1998).-
La Provenza de los pintores, ruptura y tradición.
Museo del Palacio de Bellas Artes. Hasta el 3 de mayo.
Homenaje a los artistas de Montparnasse.
Museo Dolores Olmedo, Ave México 5843, La Noria. Hasta el 4 de Junio.
A decir por las múltiples exposiciones de importación que han brotado recientemente en la Ciudad de México, parecería que algo positivo está ocurriendo en el seno de nuestras instituciones culturales. Nos bastaría atender a un promocional de la que ahora ocupa Bellas Artes para suponer que la Capital se ha convertido en un centro cultural de primer nivel.
La Provenza de los pintores se anuncia, a la manera de los eventos blockbuster diseñados para el Metropolitan o el Louvre, prometiendo al público local la extraordinaria oportunidad de admirar obras de los grandes maestros del arte moderno que coincidieron en pasar parte de sus vidas en esa región del sur de Francia. De inmediato saltan a la mente Cézanne en Aix-en-Provence, Van Gogh en Arles, Matisse en Niza, Picasso en Antibes…
La fanfarria con la que este acontecimiento ha sido impulsado, por parte de las instancias oficiales y privadas involucradas, se percibe tan sólo en el despliegue del choncho catálogo impreso (en Francia), el cual exalta el proyecto a lo largo de 12 prefacios protocolares –¡12!– incluso uno de Jacques Chirac. (¿Huele a un Record Guiness?)
Con lujo de recursos y disponiendo por entero del segundo piso de Bellas Artes, el montaje y la museografía de las 81 obras denotan una dedicación profesional: la iluminación es apta y las notas informativas están bien redactadas, hay humidificadores en cada esquina para el bienestar de las obras mientras numerosos guardias cuidan de ellas. Claro, nadie diría que los grandes maestros merecen menos.
Bien…¿abordamos los cuadros? Para ello imaginémonos en un restaurante de lujo esperando una grata experiencia gastronómica. Un abigotado capitán de meseros nos ofrece un menú garigoleado en francés; optamos por el paté de salmón. El garAon trae una lata de Whiskas y, manejando cuchara y tenedor a una mano, nos sirve el preparado rosado sobre la porcelana de Limoges. Ante nuestras protestas de que lo que nos ha servido no es paté de salmón, el capitán nos acerca la lata para leer y confirmar que uno de los ingredientes listados en ella es, efectivamente, salmón.
Así sucede con La Provenza de los pintores, pues sus promesas las cumple en el menor posible denominador. Es cierto, hay tres minúsculos y francamente desabridos Cézannes, de Matisse y Picasso se ofrece un tierno souvenir de cada uno; de Van-Gogh, Braque y Chagall, ni rastro. Si acaso encontramos un simpático pero poco característico desnudo de Dufy, un Soutine digno, un Signac decente y de buen tamaño.
Los demás ingredientes de origen pictórico en la muestra son de artistas provenzales conocidos regionalmente, como Marquet, Chabaut ,Verdilhan y Lombard, y de quienes no es justo emitir juicios tajantes a partir de la dispareja selección expuesta. De entre los pre-modernos, se rescatan paisajes de Courdouan, Brest y Casile. Por lo demás, las marinas pobladas con barcos de vela se multiplican indiscriminadamente, llegando a provocar, a espectadores con tiempo y paciencia, un sutil efecto embrutecedor como al escuchar infinidad de versiones de la misma canción. Pero eso… es otra historia.
Nuestra historia continúa en el Museo Dolores Olmedo, y la carnada es la escuela de Montparnasse. Las obras se trajeron a cambio de buenas piezas de Frida y Diego del acervo de la Sra. Olmedo, prestadas para una sonada exposición en Suiza dedicada a esta legendaria pareja. Sin embargo, el susodicho “Homenaje” a Montparnasse incluye descaradamente poco de sus más ilustres participantes. De entre las tres docenas de cuadros sólo resaltan un par de Metzingers, un Modigliani tristón y un autorretrato de Chagall. Aparte podemos mencionar los cinco óleos de Moise Kisling y los cuatro de María Blanchard, ambos artistas poco conocidos. Los nada despreciables Diego Riveras del museo que se han intercalado podrían sugerir a los menos informados que el mexicano fue por mucho el mejor artista entre sus contemporáneos –erróneamente, pues nada hay aquí de Picasso, Braque, Gris, Léger, Archipenko, Mondrian, Delaunay…
Sería absurdo exigir de nuestros museos el ponerse a la altura del Metropolitan, como es absurdo que pretendan intentarlo, aún cuando sus intenciones sean loables y además cuenten con la disposición y el apoyo gubernamental para ello. Si bien es cierto que las ambiciones curatoriales de una exposición internacional se complican en la práctica (y se modifican al toparse con museos no dispuestos a soltar sus piezas preciadas, con condiciones bizantinas por satisfacer, con fechas incompatibles, seguros, etc.), por esto mismo sería más sensato poner los pies sobre nuestra todavía tercermundista tierra y planear proyectos menos despampanantes, acordes a nuestros recursos y posibildades, aunque por ello nos quedemos con las ganas de tener las firmas de mandatarios en los catálogos. Por decir algo, tras el ejemplo de la estupenda muestra de Stanley Spencer en el CCAC, hubiera sido más sensato organizar una muestra dedicada a alguien menos cotizado que Cézanne, pero que pudiera resultar interesante — inclusive como los propios Alfred Lombard ó María Blanchard, de quienes, a partir de lo mostrado en Bellas Artes y el Dolores Olmedo, suponemos pueden conseguirse más y mejores obras representativas.