(20-Oct-1999).-

Santiago Sierra. 465 personas remuneradas.

Sala 7, Museo de Arte Contemporáneo Internacional Rufino Tamayo.

Reforma y Gandhi. Hasta el 23 de enero del 2000.

Si alguna influencia ha determinado la producción artística en la escena internacional del momento, esa ha de ser la de las acciones, situaciones, instalaciones y documentaciones conglomeradas bajo el ingrato mote conceptualismo. La injerencia tiene un origen práctico en la postura anticomercial sesentera, pues obligados a cobijarse bajo el patrocinio institucional, hasta los más exitosos conceptualistas de entonces recurrieron a la docencia para pagar la renta, con lo cual terminaron educando y formando a las generaciones subsecuentes de artistas.

En México, la ínfima presencia del conceptualismo tiene que ver con la inexistencia de una estructura institucional que le fuera propicia. Y en consecuencia, los artistas jóvenes que hoy intentan ponerse al corriente con el resto del mundo, ante las presiones de la globalización, se enfrentan con un ofuscante desfase arte-histórico.

Ese mismo desfase, aunado al reciente interés institucional por el arte de vanguardia, le ha permitido al madrileño Santiago Sierra instalarse en México para llevar a cabo una serie de obras con fuerte sabor conceptual-clásico, obras que en otras partes podrían tomarse por demodé. Entre las creaciones locales de Sierra encontramos el bloqueo del Periférico con un tráiler, el descargue de un cargamento de basura en el espacio de exhibición, el destrozo de la (desaparecida) rampa de X-Teresa.

A la fecha, lo más efectivo de Sierra han sido proyectos que, para realizarse, requieren de una negociación entre el artista y la idiosincrasia mexicana, y cuya forma y contenido derivan de dicha negociación. Por ejemplo, 15 Hexaedros de 250 cms de lado c/u, 1996, y Fardo de 1000x400x250 cm, 1997, ambas intervenciones (más bien obstrucciones) escultóricas a la arte-povera en la vía pública pasaron de convencer a confundir y luego a ofender a las autoridades y al público que lidió con ellas y que finalmente exigió su remoción anticipada.

El pasado jueves, Sierra presentó 465 personas remuneradas, una maquinación del género Un espacio lleno deà , como es el lleno de chucherías (de Arman), el lleno de tierra (de Walter de María) y el lleno de figuritas de barro (de Anthony Gromley). Por otro lado, 465 personasà también recurre a la tradición del tableau-vivant, que pasa por RelGche de Picabia, Escultura viva de Manzoni y Bajo los Arcos de Gilbert & George.

Sierra contrató una compañía (posiblemente alguna de las proveedoras de “apoyo multitudinario” para mítines políticos) con el fin de encontrar 465 hombres dispuestos a llenar con su presencia la Sala 7 del Museo Tamayo, a cambio de una módica retribución. 465 puede ser el número que resultaría en la densidad deseada de individuos por metro cuadrado, o bien pudo haber sido el número para el cual alcanzarían los fondos disponibles de acuerdo al pago por persona que el artista consideró justo. Al inaugurase el evento, uno se topaba con una sala atiborrada de gente; casi todos jóvenes de origen humilde, muchos de ellos estudiantes o reclutas, entre los cuales casi ninguno había antes puesto un pie en el museo, y menos comprendía por qué se les había requerido.

Para los espectadores, el paso a la sala era laborioso en todo sentido. De hecho, pocos se atrevieron a internarse en ella. Así que el patio central del museo, espacio del parloteo y los refreshments, de los amigos y las caras familiares, pasó a formar parte activa de la situación ante la intimidante congregación de la Sala 7. Si valoramos una obra de acuerdo a su capacidad para “revelar las fuerzas que elevan ciertos productos al nivel de ‘obras de arte’à enfocándose en los substratos económicos y políticos de las instituciones, los individuos y los grupos que comparten el control del poder culturalà” (Hans Haacke, 1974), entonces 465 personasà recibe una estrellita por embarrarnos en la cara las polarizaciones socioculturales del país.

Por fortuna, 465 personasà no es una pieza panfletaria. Más que un reproche al juicio artístico, aquí encontramos una oportunidad para ejercerlo bajo una condición singular. El siglo nos ha demostrado que cualquier cosa es una obra de arte en potencia, así que una muchedumbre declarada arte no debería escandalizar a nadie. El hecho, por demás, conlleva a un examen de las condiciones que hacen del arte un fenómeno válido y valioso. Uno entra a la sala para ver la obra, analizarla y juzgarla, pero de inmediato los elementos de la obra lo someten a uno a la misma operación. A los 465 contratados les es claro que uno, como espectador que ha venido a mirarlos, no pertenece su grupo. A algunos de ellos la desubicación los hará sentirse vulnerables. Para uno, la extrañeza es un atractivo estimulante, que incluso suscita el diálogo con la obra (y no en sentido metafórico). Si ellos son la obra de arte, puedo mirarlos y ser mirado, juzgarlos y ser juzgado, pero probablemente sólo yo puedo derivar placer intelectual de la operación.

+Explotación? Pamplinas. Todos salieron remunerados con lo que vinieron buscando. Por una vez, el arte le sirvió de algo a la masa, y la masa le sirvió de algo al arte. Final feliz.

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