Para estar en forma…
(28-Ago-1996).-
Manuel Marín, Horizontes Cuadrados, Museo de Arte Moderno, expuesta hasta el 3 de noviembre
De entre los sabios que se han esforzado por explicar al arte, la definición más saludable se la acreditaría a mi maestra de tercero de primaria, quien insistía: “El arte es una forma de expresión”. Por supuesto, este decir sólo sirve para abrir el apetito: ¿A qué forma se refiere? ¿Qué es lo expresa y cómo? ¿Qué la particulariza y dónde radica? Dudo que mi maestra pretendiera provocar tales lucubraciones en nuestras cabecitas, pero le agradezco retroactivamente el que su vaguedad pudiera haberme llevado al umbral del laberinto conceptual donde deambulan grandes y pequeños artistas, entre ellos Manuel Marín.
La investigación de las formas que hacen posible tanto la creación artística como su interpretación, las relaciones de éstas con el mundo visible y con el lenguaje, ha caracterizado buena parte del arte moderno. Muy a pesar de nuestro prestigio, la contribución mexicana en el campo formal se podría reducir a la imposición de sarapes, sombreros y sandías a todo nuevo estilo que se nos presente, sea cubismo, expresionismo o surrealismo. Es por esto que la presente muestra de Manuel Marín debe ser bienvenida y recomendada: tenemos aquí un pintor en la tradición de Kandinsky, Mondrian y Reinhardt (con todo y su propio tratado de pintura), para quien el “cómo” y el “qué” de la pintura se asimilan en una sola cuestión. A diferencia de los maestros modernistas, el proyecto de Marín no consiste en fundir la Verdad con la Pintura, sino en cartografiar las calidades que conforman los signos y los objetos en la apreciación de obras de arte. Marín se vale tanto de recientes elaboraciones en semiótica, filosofía y sicología de la percepción, así como de estrategias pictóricas posminimalistas relacionadas con artistas de la talla de Sol Lewitt, Brice Marden y Gerhard Richter.
Las obras de Marín son proto-pinturas, es decir, son esquemas para estimular el análisis de nuestros conceptos estéticos, y no para levitar en derivas poéticas. Parámetro (1995), una cuadrícula de 16 unidades, reúne las posibles combinaciones de cuatro parejas de opuestos en función de Espacio, Forma, Color y Tonalidad. Telas (1995) es una serie de bosquejos sobre tela a los cuales se les encima otro bosquejo para alterar la percepción del inferior. Cabe mencionar que, para no intimidar a los no iniciados, el artista se explica pertinentemente en fichas museográficas.
Los pequeños e híbridos paisajes, retratos y bodegones hechos en series temáticas sugieren una perspectiva nominalista de los géneros pictóricos, siguiendo el argumento de Nelson Goodman que desecha las relaciones de semblanza entre la obra y su referente, y las sustituye por semblanzas entre pinturas del mismo género. (Es extraño, sin embargo, que Marín haya optado por revolver las series en grupos arbitrarios, dificultando la apreciación del desarrollo de cada una so pretexto de estimular la posmo… digo, la polisemia. ¿Pues no es la polisemia algo que la investigación formal intenta mitigar?)
Con mayor lucidez, los fondos de Tumba (1995), 100 minirretratos en formación de 10 por 10, se unen visualmente para conformar un objeto geométrico que flota sobre un fondo neutro. Aquí, lo que es “aire” y lo que es “sólido” dentro del espacio representado en estas pinturitas depende de la atención que se le da al conjunto o bien a cada retrato individual. Gombrich explicaría este fenómeno, como el del célebre “pato/conejo”, por medio de la noción de seeing-as, la capacidad natural de la mirada para desatender ciertas calidades de los objetos y poder captar las imágenes representadas en ellos. Con Gombrich, la obra de Marín promueve una concepción del espacio y su representación derivada de la teoría sicologista de Gestalt, la cual entiende al espacio perceptual como una acumulación de datos visuales dispares y encontrados que se resuelven en una unidad cuya coherencia depende de su funcionalidad y no, como en el esquema kantiano, de una lógica interna necesaria.
Manuel Marín plantea preguntas relevantes, desarrolla su producción bajo una metodología inteligente, presenta los resultados con generosidad hacia su público, y logra que consideremos la validez de su propuesta al estimular el ejercicio intelectual más allá de los cuadrados horizontes de sus lienzos. Marín demuestra a chicos y grandes que la supuesta incompatibilidad entre lo pictórico y lo conceptual es un capricho de mentes obtusas o perezosas.