Mercado de ilusiones

(16-Sep-1998).-
La feria de arte contemporáneo de Guadalajara, ExpoArte, ya no es un proyecto en pañales. A sus siete años, sus logros deberían haberse cimentado con resultados palpables y sus limitaciones ya asumirse como irremediables. Llega la hora de hacer un balance de cuentas para reenfocar este evento y proyectarlo hacia el futuro…

ExpoArte se ha sustentado desde un principio gracias a la dedicación de Gabriela López Rocha, miembro de una prominente familia tapatía que ha apoyado sustantivamente a la producción del arte contemporáneo en México.

El proyecto comenzó con apenas una docena de galerías del país y durante sus primeros cuatro años creció modestamente hasta incluir unas 30 de calidad dispareja e interés netamente local. Para entonces, más alentador resultaba el foro teórico (FITAC) que acompaña cada año a ExpoArte, pues su director designado de entonces, Guillermo Santamarina, lograba la participación de personajes de la talla de Catherine David (curadora de Documenta X) y Achille Bonito Oliva (entonces director de la Bienal de Venecia). Al establecer contactos productivos entre curadores, críticos y artistas, FITAC se convirtió en un apoyo imprescindible para la reputación de ExpoArte.

Repentinamente, gracias a la acertada contratación de Pablo del Val, un dinámico promotor español que había colaborado con la prestigiada feria de Madrid -ARCO- ExpoArte no sólo logró convocar para su edición de 1996 a arriba de 50 galerías que incluían dignos representantes de Europa, Estados Unidos y Sudamérica, sino además pudo darse el lujo de seleccionar el perfil de éstas.

En un insólito acto de ilusionismo, Del Val convenció a las galerías extranjeras de que Guadalajara propiciaría condiciones favorables para la comercialización del arte contemporáneo en Latinoamérica. Así, la feria de arte más ambiciosa, prometedora e interesante de la región se desarrollaba en un lugar donde el arte contemporáneo es apenas más conspicuo que el monstruo del lago de Chapala.

¿Cómo sucedió, entonces, que las casi 80 galerías de 1997 se redujeran a la mitad para 1998? Evidentemente algo salió mal, pues si ExpoArte fuera realmente un proyecto en proceso de consolidación, la renuncia de Pablo del Val hace un año no debía haber afectado mayormente la inercia ascendente del evento.

La respuesta es fácil: las ventas fueron pobres. La labor realizada por ExpoArte para sensibilizar a los coleccionistas de arte nacionales ha sido magra e inconsistente. Los pocos coleccionistas mexicanos que acuden a ExpoArte no han aprendido a cultivar el gusto promovido por esta feria, mientras que los coleccionistas extranjeros no necesitan llegar hasta aquí para aumentar sus acervos. Puede ser que las galerías vendan nada más que ilusiones compartidas, pero no pagan sus gastos con ellas. Y la ilusión que a su vez sostiene a ExpoArte no se tradujo en ventas que justifiquen los esfuerzos para llegar hasta Guadalajara.

Además, por encima del incumplimiento en el aspecto comercial, los organizadores de ExpoArte han cometido numerosos y repetidos errores en el departamento de servicio al cliente, desde innecesarias descortesías generalizadas hasta maniobras cuyas víctimas describen como fraudulentas. Esto equivale a echarse la soga al cuello dentro del campo galerístico, donde el 90 por ciento del negocio es causa y consecuencia de las relaciones públicas.

En la séptima encarnación de la feria, la cual finalizó hace unos días, apenas una o dos galerías mexicanas recuperaron sus gastos. Por su parte, casi todos los galeristas extranjeros se quejaban, con enojo, de no haber vendido prácticamente nada (y seguramente se negarán a regresar). No dudaría en asegurar que el costo global de ExpoArte 98 supera en forma absurdamente desproporcionada al monto total de las adquisiciones producidas por el evento. Si estoy en lo cierto y persiste la voluntad de gastar fortunas para promover al arte contemporáneo en Guadalajara, sería más productivo gastar ese dinero en arte contemporáneo y dejarle la promoción a otros.

¿Cómo rescatar, entonces, este agonizante proyecto, al cual se le ha invertido tanto y que parecía llegar a ser viable contra todas las expectativas?

En realidad, ExpoArte sólo tiene una opción concebible: trasladarse a la Ciudad de México, la única en el país que cuenta con la combinación de infraestructura, capital y atractivo económico y cultural para sacar adelante a esta feria. No hay otra manera de renovar la ilusión que la sostuvo, y de lograr que esta ilusión aterrice eventualmente. Sólo así se podrá convencer a galerías extranjeras a intentar de nuevo, y sólo involucrando a viejos coleccionistas y nuevos entre las clases acaudaladas de la capital podría pensarse en la posibilidad de aumentar su potencial de ventas .

Claro que caeríamos en un error si pensáramos en una feria de arte contemporáneo como una causa final. Cabe tenerse en cuenta que una feria de arte es un instrumento esencialmente utilitario y mediático, cuyas transacciones pueden lubricar y agilizar la operación del mundo del arte y ayudar a que las obras eventualmente arriben a los contextos culturales para los cuales son producidas, ya que ningún artista produce con la idea de que el sentido de su obra se cristalice dentro de la feria (aunque dicha posibilidad está abierta para algún joven perverso).

Aprovechando su espíritu selectivo y vanguardista, el traslado de ExpoArte al DF sería un cubetazo de agua fría sobre el desfallecido y empedernidamente autocomplaciente medio citadino. Seguramente contribuiría a animar y reformar nuestro fosilizado mercado del arte. Posiblemente encausaría el mejoramiento de los estándares de producción de los artistas locales, de los discursos estéticos manejados por los profesionales del arte y de los gustos de los coleccionistas. Y si todo ello desembocase en una desesperadamente necesitada mejoría cualitativa en la oferta artístico-visual de la ciudad, ExpoArte habrá logrado detonar el saneamiento artístico que ningún decreto ni fondo oficial ha podido ni podrá llevar a cabo por sí solo.