Más allá del bien y del mal…

(25-Sep-1996).-
Pablo Vargas Lugo. No Desaparezco… Galería Arte Contemporáneo. Hasta el 28 de septiembre. Flora 9, Colonia Roma.

El ex grupo Temístocles, al cual Pablo Vargas Lugo perteneció, ha sido emblemático de una generación de veinteañeros que decidieron dedicarse a los “nuevos” medios que ya acaparaban la atención del mundo del arte contemporáneo en el extranjero a principios de los noventa. Durante tres años Temístocles montó proyectos donde lo alternativo era de rigeur, y la única prohibición era el óleo sobre tela. Si bien estas colectivas pudieron medirse con los refritos neoconceptualistas de la vanguardia internacional, su logro radica en haber virado la atención local hacia la no pintura. Ahora nuestras contadas galerías comerciales que gustan llamarse “contemporáneas” ya se aventuran a exhibir estas obras invendibles.

El desafío a la solemnidad que rodea al arte en el país es característico del trabajo de buena parte de estos artistas, entre los cuales resaltan, en este aspecto, Vargas Lugo, Daniela Rosell y Eduardo Abaroa. La solemnidad, cuando se aplica correctamente, es un reconocimiento a posteriori al objeto de una actividad o evento. Pero cuando la (mala) costumbre la transforma en condición de esa actividad, la solemnidad se contrapone a la justa apreciación del objeto de atención. Algunas trampas de la solemnidad son la música barroca en los segmentos culturales de los noticieros, el silencio expectante anterior a la lectura pública de un poema, la pompa que camufla a la letra del himno nacional. De este modo la solemnidad se utiliza para entorpecer el espíritu crítico, y es bajo esta visión que podemos comprender el cinismo de la obra de muchos jóvenes. Pues cuando se ven los resultados de que la práctica artística se perciba como una actividad inherentemente solemne, se da amplio espacio a la ofensiva cínica. Así, en No Desaparezco… Vargas Lugo nos regala con un ataúd de plexiglass del cual se proyecta un rayo de luz descompuesto en efecto cromático. “Cristal con suerte” (1996) suplica ser interpretado como un símbolo de la desmaterialización del impulso vital tras la muerte (o algo por el estilo), pero esto resulta absurdo cuando a unos pasos el mismo artista monta una ácida instalación (“Deep Thoughts”, 1996) iluminada con “luz negra” donde unos conejos bombachos, tallados en alguna espuma sintética yacen inmóviles, como asoleándose en un montículo de arena. Evidentemente, Vargas Lugo desea victimar a quien intente proyectar un significado profundo a cualquier pieza suya aislada del panorama de su obra.

Aunque la purga cínica puede ser restauradora, su abuso resulta contraproducente. Afortunadamente, Vargas Lugo pasa del cinismo al escepticismo, y para conseguirlo, curiosamente, se acerca a los medios tradicionales. Una serie de dibujos ovalados, casi caligráficos, describen variaciones caricaturizadas de flores antropomorfas y de extrañas formas orgánicas de origen incierto. El carácter escéptico de Vargas Lugo se expresa cuando el espectador aprecia que el proceso por el cual el artista arribó a esas formas inclasificables requiere de un desface de las categorías que organizan nuestra concepción del mundo y las cosas que hay en él. Así, el propósito de Vargas Lugo no es el representar su visión del mundo, sino por así decirlo, el “des-representar” la nuestra.

Una mayor sensación de desface se desprende de “Manos de Buda”, los recientes collages de la serie desarrollada por Vargas Lugo desde hace dos años. Sobre pliegos de papel de colores brillantes, recortes de detalles de impresiones fotográficas conforman la línea y el color de pequeñas composiciones que retratan paisajes retorcidos y colapsados en sí mismos, como si el espacio resultante de la extensión de los objetos intentara transformarse en uno más de esos objetos. Aquí no se trata de poner en cuestión el espacio pictórico ni de inventar “nuevos espacios”; se trata de evidenciar la interdependencia de nuestras nociones de “espacio” y “objeto” por medio de un fenómeno de hibridación inconcebible fuera del contexto plástico.

La obra de Vargas Lugo no se yergue alrededor del toque divino del artista ni del mensaje que pretenda representar. Gestándose en busca de un precario balance, donde la dinámica estética se genera en contiendas entre lo sencillo y lo complejo, lo geométrico y lo orgánico, lo estático y lo animado, el sinsentido y lo congruente, los collages de Vargas Lugo sobrepasan por mucho a las metáforas seniles del arte del establishment, así como a los adolescentes chistoretes que cunden en el ámbito “alternativo”.