(28-Jul-1999).-
Los pinceles de la historia.
El origen del reino de la Nueva España (1680-1750). Museo Nacional de Arte, Tacuba 8, Centro Histórico.
Zurbarán y su obrador, pinturas para el Nuevo Mundo. Museo de San Carlos. Puente de Alvarado 50, Colonia Tabacalera. Hasta el 19 de septiembre.
Este verano, el MUNAL y el museo de San Carlos nuevamente se disputan el trofeo por la muestra más suntuosa de la temporada. Con lujoso despliegue en salas irreprochablemente remodeladas, el MUNAL explora la producción iconográfica durante la época de consolidación de la colonia. San Carlos, como ya es su costumbre, se vale de un nombre reconocido, como es el de Francisco de Zurbarán, para ganarse el favor de los aficionados al arte legitimado por parentesco.
El propósito de las dos muestras es de orden didáctico para el público en general, y de orden disertativo para los especialistas. Los pinceles de la historia hace una revisión de los motivos desarrollados cuando la sociedad virreinal comenzaba a digerir sus dos cataclísmicos siglos de historia. Los temas que moldearon su identidad cultural, la conquista y la evangelización, fueron catárticos en la dimensión novohispana. Por su parte, Zurbarán y su obrador presenta unas cuantas obras de la mano del maestro español al lado de otras tantas re-producciones efectuadas por sus asistentes. Bajo un pre-romántico esquema de comercialización pictórica, Zurbarán lograba exportar cuadros incluso a la Nueva España.
En el plano didáctico, San Carlos se lleva la distinción por estimular al espectador a formular comparaciones entre el pincel diestro, el mecanizado y el torpe. Las obras de Zurbarán aquí expuestas están muy lejos de ser sus mejores, pero son a todas luces superiores a sus re-producciones. Una comparación directa se da entre el original de San Jerónimo (del Museo de San Diego), y su calca proveniente de un convento español. A pesar de que el dibujo de las dos es idéntico, quizás habiéndose valido ambas del esbozo original, la pincelada suelta y despreocupada de Zurbarán logra un balance tonal atmosférico y complejo, mientras lo contrario sucede con la pieza de su obrador.
Entretanto, el MUNAL nos ofrece una serie de pinturas cuyas funciones se tambalean entre lo documental y lo mitológico. Las representaciones dieciochescas de escenas y personajes de la historia local eran para entonces totalmente apócrifas. Sus repetidas escenas de las batallas de conquista eran tan fantasiosas como las de las apariciones de la virgen. Sin embargo, el limitado material didáctico en las salas del MUNAL no alcanza para dejar bien sentado ante el público que no por haber sido producidas en un tiempo y contexto más cercano al hecho representado estas pinturas son por ende más fidedignas.
Para entender mejor los procesos mitificantes ejemplificados por estas obras, el espectador debe consultar, fuera de salas, el extenso catálogo de la muestra. Uno puede preguntarse entonces si el presenciar la exposición ayuda en algo para dejar en claro los argumentos publicados (y mejor ilustrados) en el catálogo. Comparándose con la del MUNAL, la exposición en San Carlos amerita más una visita en persona, pero a la vez es demasiado escueta como para justificar su tremendo catálogo, que pretende asignarle al evento un peso mayor al evidenciado en sala. Así, la distinción disertativa la tiene en este caso el MUNAL.
Aun cuando se entienda que el motivo de las muestras mencionadas es de carácter historiográfico, no dejaría de lamentar el que la estimulación estética derivada de ambas es mínima. Walter Benjamin decía que el aura (artística) de una obra no puede separarse totalmente de su función ritual. Dado que ya no son vigentes los ritos socioculturales que sostenían el poder aurático de las copias de Zurbarán y los biombos pintados en el contexto novohispano, y dado que estas obras han quedado lejos de integrarse favorablemente al rito cultural en el que ahora asignamos valor artístico a Giotto, Rembrandt y Pollock, por ahora (y hasta nuevo aviso) lo que se presenta en el MUNAL y en San Carlos forma parte más bien del arte que se quedó en la historia y no tanto de la historia del arte.
Uno puede derivar del arte interés estético sólo cuando las obras responden a las demandas del rito artístico en el que uno está inmerso. Así, no deja de ser interesante la relación que se articula entre los lienzos irregulares producidos por Frank Stella hace cuatro décadas y una tela también descuadrada de Manuel Caro en el MUNAL, Procesión y traslado de la Virgen de Ocotlán (1781). Al verse ésta desmontada del sinuoso sitio arquitectónico para el cual fue diseñada, queda claro que en ella la composición pictórica se determina, como en los Stella, por el contorno del bastidor. Asimismo, el par de copias de la Virgen niña en éxtasis de Zurbarán, con sus peculiares discrepancias derivadas del efecto de “Teléfono descompuesto” llevado a cabo por los copistas, hacen eco del jugueteo que Francis Al_s hace poco propuso cuando, con intención y efecto similar, sus pinturas fueron copiadas por rotulistas. No estaría mal que el MUNAL y San Carlos se propusieran convencernos en algún momento de que estos encuentros cercanos son algo más que coincidencias fortuitas.