Liquidación por fin de siglo

(03-Mar-1999).-
A fin de siglo doblan en México las campanas de los funerales de la pintura. Seducidos por medios “alternativos”, cada vez son menos los pintores entre los veinteañeros. Los pintores treintañeros se disparan en todas direcciones ante el acoso de las falanges anti-pictóricas. Y sin embargo, el dichoso funeral ya se colgó.

Durante los años 80 el boom del mercado del arte se sostuvo sobre un demasiado oportuno renacimiento pictórico. Pero la muerte de la pintura ya se había declarado desde principios de los 70, pasados el minimalismo y sus derivados.

El derrumbe del mercado en 1989, cual cubetazo de agua fría sobre las sobrecalentadas estrellas ochenteras, se tradujo en que los vanguardistas optaran por culpar a la pintura de los excesos de esa década. Imaginemos a Eva replicándole a Dios que la manzana fue la responsable del pecado por haberse puesto ahí para ser comida.

En adelante, el vender arte, para el artista emergente de los 90, equivaldría a venderse. Y en tanto la pose anti-comercial se volvía requisita, los productos con la etiqueta del anti-establishment comenzaban a cotizarse espléndidamente a nivel internacional. Al probarse que la amenaza de la comercialización no le es exclusiva a la pintura, se requieren otros argumentos para descalificarla. Estos argumentos han sido los del agotamiento y la obsolencia.

El argumento del agotamiento sostiene que la sucesión de estilos pictóricos a través de la historia ha llegado a su fin. Los pintores han hecho todo lo que se puede hacer con la pintura, y así han agotado sus posibilidades de desarrollo. (Réplica: los pintores pueden ahora apreciar y seleccionar entre todas las posibilidades pictóricas las que mejor se ajusten a sus propósitos personales.)

El argumento de la obsolencia sostiene que la pintura, como medio a través del cual la sociedad se auto-representa y se documenta, ha sido desbancada por los medios de reproducción mecánica y electrónica, que son mucho más eficientes y fidedignos en esa labor. (Réplica: los pintores hoy agradecen el poder desentenderse de compromisos culturales como el de retratar a la aristocracia y el de hacer escenografías para iglesias.)

El argumento del agotamiento y el de la obsolencia son independientes. Sin embargo, se conjugan en la creencia de que el propósito de una obra de arte es el de representar de manera paradigmática a la cultura en que la obra se produce, y de que la relevancia de la obra es relativa a su capacidad para iluminar nuestro entendimiento de esa cultura. Para quienes sostienen esta creencia, el que la pintura agote sus posibilidades como medio al tiempo que la imagen mecanizada sustituye sus funciones sociales es una cuestión de necesidad histórica. Para mí, la interdependencia de estos fenómenos no me es tan evidente.

Y aquí cabe recalcarse que cuando nos involucramos con arte –como amantes del arte y no como antropólogos, sociólogos o historiadores– buscamos la obra excepcional, y no la obra representativa. Pues si preguntamos qué es más representativo del México de hoy: una pintura de Francisco Toledo, ó el bronce recientemente develado de un Fidel Velázquez que podría tomarse por el abuelo de E.T. en la CTM, la respuesta es obvia.

Para evitar estas aberraciones, los artistas de las escuelas críticas exigen que una obra de arte, además de ser un paradigma cultural, debe ser un instrumento crítico. Siguiendo estos parámetros, una obra de arte es buena solo si su contenido es políticamente progresista. Por mi parte, si para aceptar la obra de artistas como Barbara Kruger ó Hans Haacke uno tiene por consecuencia que desechar a Velázquez debido a sus ideas políticas serviles, yo prefiero mantenerme al margen del asunto.

Los artistas críticos, siempre preocupados por utilizar medios “contemporáneos”, han confundido, además de la política con la estética, también la relevancia de sus medios de producción con la relevancia de su disciplina. Pues el hacer arte en video ó en computadora no garantiza la relevancia del producto.

Si la pintura es irrelevante como instrumento de representación cultural, esta irrelevancia es consecuencia de la participación disminuida que actualmente el arte tiene en la sociedad. Incluyo en mi juicio a todas las artes que no se han moldeado a las formas de producción y diseminación de la industria del entretenimiento masivo: Todo lo que se exhibe en los museos de arte contemporáneo, en las galerías, en los espacios alternativos, sea pintura, performance, instalación, todo eso es irrelevante, tanto como objeto paradigmático de nuestra cultura que como instrumento crítico. La expresiones culturales que hoy en día son representativas y tienen poder crítico están en los cines, en la televisión, en la radio.

El arte contemporáneo en su totalidad, me temo, incumple los parámetros de relevancia planteados por las falanges anti-pictóricas. Al menos los pintores, restringidos por decisión propia a trabajar en un medio abiertamente obsoleto, no tienen ilusiones al respecto.

Comentarios: yishai @mail.internet.com.mx