Johnnie Deconstructor
(22-Abr-1998).-
Primer Encuentro Internacional “Johnnie Walker en las Artes”, 15 y 16 de abril. Colección Johnnie Walker en las Artes-América Latina. Museo de Arte Moderno, hasta el 10 de mayo.
A partir de que toda obra de arte y todo evento artístico ejemplifica implícitamente una amplia gama de características de su contexto (desde sus ambiciones e ilusiones hasta sus prejuicios y limitaciones), los académicos de hoy buscan desentrañar de las manifestaciones artísticas tesoros de significación sociocultural. El uso del análisis crítico se ha manifestado incluso en cantidad de artistas que se han dado a la ambiciosa tarea de deconstruir su propia disciplina– de hacer explícito lo implícito.
El primer simposio internacional “Johnnie Walker en las Artes” suponíase avanzar la causa crítica regional al proponerse como tema El código de las imágenes en América Latina: identidad y globalización. Para ello se anunció la convocatoria de varios “especialistas” en la materia y se valió de los auspicios del Museo de Arte Moderno (donde simultáneamente se exhiben obras ganadoras de los concursos que Johnnie Walker ha organizado en Brasil, Colombia, Perú y México). Hubo oportunidad aquí para retomar fragmentos desatendidos del arte latinoamericano, sus estructuras de valor, sus mecanismos de legitimación, sus mercados-asuntos que se han tratado en foros del Fitac en Guadalajara y encuentros en provincia del Instituto de Investigaciones Estéticas, fuera del alcance del público defequeño.
Ocurrió que el simposio en el MAM careció de una estructura inteligente, reconstitutiva del tan desgastado y, sin embargo, rentable tema del latinoamericanismo; ocurrió que los “especialistas” internacionales se seleccionaron por haber participado en los jurados de los concursos y que varios de los ponentes anunciados ni se aparecieron, y ocurrió que ningún ponente pudo dilucidar a lo que el concepto de Código de las imágenes se refiere. Ocurrió además que la mitad del público se conformaba de reporteros culturales de los medios, lo cual sacó a relucir al móvil eficiente del proyecto –las relaciones públicas de un patrocinador privado.
Hubo, sin embargo, señalamientos agudos que los ponentes muy bien podrían haber aplicado al evento. Por ejemplo, Danubio Torres Fierro comentó que la “cuestión Latinoamericana” sólo puede sustentarse en el orden Cultural (con mayúscula), a través de nuestra herencia ibérica, pues los contextos políticos y económicos difieren radicalmente entre los países de la región. A su vez, Alberto Dallal protestó contra la “Cultura sustitutiva” de América Latina, donde la difusión del arte tiene más peso que el arte mismo, por lo cual el público se interesa más en los mitos anecdóticos y las personalidades heroicas de los artistas, y menos en las obras de arte. Dallal también aludió al conservadurismo del arte en Latinoamérica, provocado por la carencia de respuestas interregionales e intergeneracionales a los estilos vigentes debido a una deficiente infraestructura para diseminar la producción plástica. Fernando Leal Audirac recalcó el punto de hacer notar la baja proporción de críticos, curadores, galerías y coleccionistas en relación a la cantidad de artistas productivos.
Quizá sea una ironía de la globalización el que estas cuestiones se ventilaran precisamente a los pies del dandy escocés que ilustra el logo de Johnnie Walker. O bien, podríamos ver en este accidente una conjunción deconstructora, un dispositivo que resalta discordancias no siempre aparentes.
1) Resulta (por lo menos) extraño que la transnacional United Distillers promueva una expresión cultural que, bajo los supuestos de sus propios mercadólogos, consolida la identidad latinoamericana, pues su producto promueve directamente lo opuesto. Esto puede interpretarse como prueba de la futilidad del discurso académico, al menos en la visión de los no-académicos.
2) No resulta extraño el que los productores de bebidas alcohólicas busquen asociar sus mercancías con la mitología del arte. Los mitos de talento y creatividad ya han sido ampliamente explotados por los imaginativos empresarios que tienen el don de transformar alcohol de caña y caramelo en brandy. Al promocionar su concurso de pintura como “Pasión al rojo vivo”, Johnnie Walker aproxima la supuesta intensidad de la labor artística a la intensidad emocional inducida por el consumo de whisky.
3) La publicidad está en su derecho de ser parásita de la reputación del arte, esto no afecta la integridad ética del arte como fenómeno cultural. Pero cuidado cuando una institución que supuestamente existe para resguardar esta integridad le abre sus puertas a intereses mercantiles. El MAM ya abrió anteriormente sus salas a los espectadores de Bennetton y ahora lo hace al Etiqueta Roja, proporcionándole el pretexto para montar una campaña publicitaria en toda la Ciudad que por mucho rebasó el costo del “evento cultural” ¿Acaso la situación presupuestal en nuestros museos es tan desastrosa como para forzárseles a alquilarse al mejor postor?
4) El affaire Johnnie Walker-MAM pone en evidencia la catastrófica condición del patrocinio de la iniciativa privada a las artes plásticas en México. En la formulación del concurso de pintura hay un detalle que sintetiza la tragedia de errores; la manía de llamar a los premios “Premio de Adquisición”. No es sorpresa el que las obras adquiridas por Johnnie Walker conformen un conjunto pobre e insensato, pues un autodenominado patrocinador de las artes resulta hipócrita, amén de su buena voluntad, al gestionar la adquisición de una obra de arte para su colección como un “premio” al artista (y todavía más cuando la “colección” es casi inexistente). La relación ha de ser exactamente al revés; la obra deseada debería ser recibida por el coleccionista como un premio que enriquece su colección. De aquí que si Johnnie Walker –o cualquier otra corporación privada o instancia gubernamental– desea hacerse de una colección representativa de sea lo que se proponga, el libre mercado proporciona el medio legítimo para su conformación. No se puede confundir el coleccionismo con la filantropía. Y si lo que interesa es esto último, el impulso humanista no puede reclamar a cambio más que el reservado reconocimiento de la parte beneficiada. El show de Johnnie Walker logró, con su desfachatez e imprudencia, hacer explícito lo implícito; que el desvalido contexto de las artes plásticas en México no carecen de recursos para apoyar a artistas, críticos, museos y galerías, sino de sentido común.