(14-Abr-1999).-

Figurazos y figurones

Noguchi y la figura, Museo de Arte Contemporáneo, Monterrey, hasta mayo del 99. Museo Rufino Tamayo, de junio a septiembre del 99.

49 obras producidas a lo largo de seis décadas, en su mayoría pertenecientes a la fundación Noguchi, conforman esta retrospectiva del seminal escultor fallecido hace once años. Además de haberse generado específicamente para MARCO y el Tamayo, lo cual es digno de notar, en Monterrey se destacan la cuidadosa iluminación y el espaciado montaje, que favorecen la apreciación de la escultura meditativa de Noguchi.

Noguchi acompaña a Calder y Moore entre los legendarios de la escultura moderna. Pero a diferencia de estos, a Noguchi no se le valora por un estilo específico, sino por su incesante negociación entre los purismos de la estética occidental-moderna y la japonesa, fiel a su destino como hijo de padre japonés y madre americana. En este sentido Noguchi, seguidor de Brancusi, fue menos un innovador que un conciliador.

Bonnie Rychlack, museógrafa y curadora, propone una lectura de Noguchi basada en “la figura”, lo cual parece banal en tanto que la escultura, entre las artes plásticas, es la que mejor representa lo corporal. Sin embargo, cabe recordarse que la trayectoria oficial del arte moderno apuntaba a lo largo del siglo a la abstracción y luego a la objetificación. El desarrollo de Noguchi reverberó con el biomorfismo y con ciertas obsesiones matéricas de los minimalistas, pero Rychlack acierta en que Noguchi nunca abandonó la figuración como guía de producción y lectura de su obra.

La exposición comienza con una selección de los elegantes retratos que por veinte años proveyeron de sustento a Noguchi. Sean de bronce, hierro, cromo, estos bustos denotan nulo interés por articular la expresividad del retratado en el modelado, más bien buscan articularla mediante el material elegido: el José Clemente Orozco de 1931, por ejemplo, recurre a la terracota para emparentarse con el carácter ríspido del pintor.

El argumento curatorial de Rychlack, sin embargo, parte de una obra de 1934, Death (Lynched Figure), una estilización de humano que se contorsiona al ser ahorcado, inspirada en una fotografía de un negro linchado. Si por “figuración” entendemos no sólo la representación de la figura humana, sino también la presunción de que las calidades asociadas con una persona en particular son automáticamente las calidades de su representación, entonces esta obra es, en efecto, la mas “figurativa” de Noguchi. Death… fue muy criticada en su momento, incluso con desdén racista, tras lo cual Noguchi pasó por México y encontró chamba entre los muralistas. Lo cierto es que Death… es una obra gratuita y superficial, por más que el melodrama de su contenido pretenda lo contrario.

Noguchi abandonaría sus intentos de critica político-social después de servir como voluntario en un campo de concentración de japoneses-americanos durante la segunda guerra mundial. Al parecer, se decepcionó al no poder implementar un proyecto monumental por falta de apoyo de los internos.

De regreso en Nueva York se dedicó a desarrollar su primer trabajo maduro: un grupo de ingeniosas esculturas desmontables que entrelazan planos biomórficos, alzándose en evocaciones de personajes y animales que recuerdan los jugueteos de Miró, y más le deben a Arshile Gorky, personalidad determinante sobre los que formarían la escuela de Nueva York. Figure, 1945, sobresale entre las desmontables aquí expuestas. Sin embargo, Noguchi nunca cultivó el individualismo que caracterizó a Pollock, Rothko y cía. Sus constantes viajes a Japón y su recurrente deseo por integrarse a la cultura nipona no lo permitían. Pues mientras la estética del expresionismo abstracto enaltece al sujeto irreducible, la estética oriental busca su cancelación en pos del Tao universal.

Así, en los 50, Noguchi se dedicó a plagiar las formas e iconografía japonesas para darles un toque moderno. Y no fue sino hasta fines de esa década que su objetivismo pudo encarrilarse con los movimientos del modernismo tardío. Folded Torso, 1959, una pieza de placa de acero doblada y perforada con líneas que dejan ver las paredes blancas del rededor, ilustra eficazmente los intereses ópticos y objetuales del abstraccionismo sesentero. En adelante Noguchi sintetizaría su herencia bicultural trabajando la piedra, esmerándose, como lo hiciera con sus retratos de juventud, en explotar calidades matéricas que pudieran relacionarse con calidades humanas. Basta mirar sus piedras, apenas intervenidas, con títulos como Mortal Remains, 1978, y Age, 1981.

Justo antes de comenzar a cosechar con su virtuosismo orientalista, Noguchi hizo la pieza más impactante de esta muestra: Mortality, 1959. Una construcción colgante hecha inicialmente con largos trozos de balsa y luego vaciada en bronce de modo que el metal queda impreso con la sensación de esa madera liviana. Al contrario de la elegancia decorativa y la exhuberancia matérica de su trabajo tardío, este choque de calidades reta a nuestro juicio a calificar la obra de pesada o ligera, sólida o tambaleante, fina o burda. La materia cancela a la materia para dar paso al arte. Prueba superada.