Especie de artistas con crédito plástico

(12-Mar-1997).-
Programa “Pago en Especie” de la Secretaría de Hacienda

No cabe duda, el Gobierno se esfuerza por apapacharnos a los artistas plásticos. Aunque los generosos apoyos del Fonca no alcancen para todos, la SHCP nos permite pagar nuestros impuestos con obra. La presente versión del programa “Pago en Especie” viene implementándose desde 1991 con el doble propósito de que los artistas sí contribuyamos al fisco a la vez que el Estado adquiere parte del capital cultural que se supone generamos para la nación. La causa es noble y las intenciones buenas. En la práctica, sin embargo, el amor de Hacienda al arte es ciego.

Los artistas bohemios a quienes no se les da eso de las declaraciones no dudarán en optar por el sencillo método de pago por tabulación (eso sí, sin permitírseles aplicar deducciones), con el cual Hacienda recibe un promedio de una obra por cada tres vendidas por el artista. Los ingresos ligados a otras actividades (dar clases, hacer chambitas o ganarse el ráscale) deben declararse como cualquier otra persona física lo hace. Así, para los artistas que no subsisten exclusivamente de la venta de obra, el pago en especie por tabulación complica la contabilidad y los trámites burocráticos para cumplir con sus impuestos. De acuerdo con estas limitantes, se deduce que el programa por tabulación le conviene a artistas que (1) venden mucho y/o venden caro y por lo tanto subsisten de sus ventas, y (2) producen más obra de la que pueden vender.

“Pago en Especie” está concebido exclusivamente para ingresos por concepto de venta de obra. Sin embargo, un arreglo posterior permite el pago en especie por valuación, método abierto a cualquier artista registrado como persona física con actividades independientes y aplicable al pago del ajuste final de su declaración anual. De ser negativo, el balance se cubre con obra plástica de valor comercial semejante, o bien mayor, en cuyo caso el excedente se acredita en las declaraciones trimestrales siguientes. A pesar de que esta cláusula les permitiría contabilizar deducciones y pagar (por adelantado) un eventualmente reducido total de impuestos en especie, sólo uno de cada cinco contribuyentes inscritos en “Pago en Especie” opta por el método de valuación.

En cuanto al “patrimonio” hasta ahora recabado por el programa, Hacienda está ya recibiendo cerca de mil obras anuales de alrededor de doscientos cincuenta artistas, quienes se promueven desde tianguis, bazares, tiendas de decoración y hasta galerías de prestigio. El parámetro de calidad, limitado a que las obras sean “representativas” de la producción del artista, es esclarecido por un comité de especialistas.

Por lo anterior, el planteamiento actual de “Pago en Especie” favorece la recaudación de obras de artistas comerciales, consolidando en la mega-colección de Hacienda tal inventario de mercancía que las cajueleras de México han estar de verdes de envidia. Lo más rescatable del conjunto se expone por tandas en las salas del Museo de la SHCP en la calle de Moneda, se manda de gira a provincia, o a lo mejor cuelga en la oficina de algún funcionario cultivado. Lo demás se reparte entre oficinas de Gobierno y sedes diplomáticas, o de plano se embodega.

Las deficiencias de “Pago en Especie” no se limitan al cuestionable valor cultural del acervo. Por ejemplo, los considerables gastos administrativos relacionados con la inmensa colección (catálogos, seguros, personal, bodegas, etcétera) supuestamente son cubiertos con ventas marginales de obra recaudada. Estos gastos aumentarán de acuerdo con el crecimiento de la colección, por lo cual eventualmente las ventas de arte de Hacienda comenzarán a afectar la oferta de mercado de los artistas inscritos en el programa y, en consecuencia, la estructura de sus precios. En este sentido la dirección que lleva la colección de Hacienda es una bomba de tiempo para el mercado del arte: Hacienda no puede ser el repositorio eterno del 20 ó 30 por ciento de la producción vitalicia de cientos de artistas; en algún momento la acumulación empezará a desparramarse al mercado, ya sea por descuido o por decreto.

Aunque se concentrase en corregir la operación del programa hasta donde se pueda, Hacienda difícilmente solucionaría el problema fundamental de asumir erróneamente que el mercado del arte dictamina lo que es culturalmente valioso en la producción plástica del país. En mi opinión, el fiscalizar a los artistas es un asunto que puede y debe tratarse sin hacerlo depender de la loable, pero todavía inerme, intención del Gobierno de compilar una honrosa representación de nuestro momento histórico-cultural en obra artística.

El problema de fiscalizar a los artistas no es que los artistas seamos una estirpe incapaz de sumar y restar, o que nuestro noble espíritu por naturaleza se desentiende de cuestiones mundanas como los impuestos. El problema más bien radica en el extremo opuesto de la cadena del mercado, es decir, en que, al facturar su compra, el coleccionista se enreda en una cadena de obligaciones que hasta pueden ser eternas (como en el caso de las corporaciones que deben contabilizar obras de arte en sus activos y pagar casi el 2 por ciento de su valor anualmente), por lo cual es el coleccionista quien busca evitar el registro de la transacción. El arte que es de valor cultural para la nación cuando Hacienda lo recauda, cuando es comprado por un particular, se torna artículo de lujo. Como resultado, Hacienda mantiene trabado al mercado del arte y lo empuja hacia la economía subterránea. La solución no está en terminar por asfixiar con férrea vigilancia al mercado del arte. Si el Estado genuinamente considera a las artes plásticas patrimonio cultural, debe deshacerse de las trabas fiscales existentes en su mercado. Y para promover su fiscalización, además debe lograr, por medio de incentivos fiscales para su adquisición, que a todo comprador de arte (y no sólo a las empresas suficientemente enormes como para establecer fundaciones culturales) le convenga exigir factura. Un mercado de arte que incentive adecuadamente al comprador favorecerá a todas las partes involucradas: al coleccionista que desea apoyar la creación artística en lugar de comprar (y deducir de impuestos) coche nuevo, a los artistas que verán su demanda en aumento, y al Gobierno que podrá recaudar más y mejor a pesar de “sacrificar” una porción de cada transacción.

En cuanto al acervo cultural de la nación se refiere, Hacienda no es precisamente el organismo competente para juntarlo y conservarlo. Estrictamente, eso le debería concernir a Conaculta, al INBA y a sus museos. Pero estos museos no tienen con qué comprar obra y dependen de la caridad de artistas y escasos filántropos para parchar pobremente sus colecciones. Una vez que el mercado del arte se vitalice y se fiscalice eficientemente, se podría canalizar parte de la recaudación resultante directamente al INBA para que esta instancia juzgue cuál es el arte que le vale la pena adquirir y conservar al pueblo de México, arte cualitativamente significativo y no, como sucede con el “Pago en Especie”, apenas representativo de los artistas que más venden.