Dirección sin dirección

(19-Feb-1997).-
La embajada del INBA en ARCO. Febrero de 1997.

La impresionante Feria Internacional de Arte Contemporáneo de Madrid se desempeña en España como actividad cultural lo mismo que comercial. Cierto, la eficacia de ARCO depende de las ventas que las galerías participantes puedan concretar en sólo cinco días, por lo cual las instituciones oficiales y privadas se empeñan en agotar sus amplios recursos de adquisición durante ese lapso.

Sin embargo, ARCO se entiende también como una oportunidad donde el medio artístico local puede presumir sus mejores jugadas a los extranjeros y viceversa, sin omitir el goce del público en general que asiste asiduamente. ARCO es, sin duda, un acierto de los españoles en su afán de cimentar su posición en la Unión Europea.

Ahora que la edición 97′ de ARCO está en parte dedicada a Latinoamérica, El INBA, por sus pistolas, quiso apropiarse de la ocasión para montar su propio espectáculo con el fin de salvaguardar la ilusa imagen del país como el más cultivado del ex Nuevo Mundo. Sin embargo, el ambicioso montaje épico de exposiciones, conferencias y relaciones públicas acabó siendo una comedia de errores. Veamos un par de ejemplos:

A cambio de haber recibido en Bellas Artes a la exposición sobre Buñuel, al INBA se le cedieron dos salas importantes del Reina Sofía, el museo de arte contemporáneo de mayor reputación en España. Los mexicanos optaron por montar una retrospectiva de Juan Soriano (un pintor al que el reconocimiento le llegó tan temprano como él llegó tarde a los estilos de moda de su época) y una selección de obra sobre papel de Vicente Rojo (un artista/diseñador que en el afán de evitar mostrarse como decorador en su país natal, consiguió seleccionar obra que si en algo se distingue es en ser, sin más, no decorativa).

Estas dos exposiciones palidecen al lado de las dos que les acompañan; la muestra de Vija Celmins, una de las pintoras posminimalistas más consecuentes en el ámbito internacional, y la de Iannis Kounellis, un escultor/instalador de gran envergadura en Europa. Al margen de lo que yo opine sobre la producción de nuestros creadores certificados, los comentarios que llegué a percibir de la joven asistencia durante mi visita a las exposiciones de Soriano y Rojo no eran como para enorgullecerse de la cultura nacional.

La deficiente investigación de mercadeo para enviar arte mexicano acorde con los parámetros del Reina Sofía no sólo denota una carencia de sentido diplomático a nivel de intercambio cultural, sino también expone la recurrente miopía estética que se cultiva en las oficinas de nuestras instituciones culturales, la cual se sustenta exclusivamente con las palmaditas y halagos que se intercambian entre los mismos funcionarios de siempre. Esta triste y desesperanzada situación también se hizo claramente patente en la mesa dedicada al arte mexicano que el INBA “arrejuntó” al programa de conferencias de ARCO.

A la Doctora Teresa del Conde se le encomendó ofrecer un panorama del arte mexicano para que el público español tuviera cierta idea de lo que ocurrió después del muralismo. Ante la responsabilidad que de entrada el INBA mismo se impuso, resulta un descaro el que la presentación de la Dra. pareciera haberse basado en las transparencias de sus protegés que se le habían quedado en la bolsa esa semana, y no en alguna línea de articulación histórica, idea conceptual, o esquema estético. Mientras los españoles curiosos por el tema abandonaron la sala al darse cuenta de que la disparatada sucesión de reproducciones proyectadas no conducía a nada, la Dra. testarudamente aseveraba que Latinoamérica es Occidental porque utiliza el calendario gregoriano, que la contemplación de un producto artístico jamás será suplantada por la realidad virtual, que en México hay pintura-pintura y también grabado-grabado, que oyó que San Agustín inventó la teoría posmoderna del signo, y que ignoraría a Francisco Toledo porque todos lo conocen perfectamente bien.

Aunque Teresa del Conde también especuló con cierta gravitas que “lo malo de las palabras es que uno no puede desligarse de ellas”, su desempeño indiscutiblemente comprobó que uno sí puede desligarlas a ellas. La trans-sexenal directora del MAM terminó por admitir, a manera de disculpa, que debido a su edad ella no está interesada ni tiene conocimiento suficiente y por lo tanto tampoco hablaría del arte “alternativo”, video, performance, instalación y otros géneros críticos. Si en efecto la Dra. no se interesa, debido a su edad, en algo que viene cocinándose en México desde los setenta, habría que comentar lo bien que se conserva. Y qué pena que la Dra. ya tampoco está en edad para darse una vueltecita por las galerías mexicanas que participaron en ARCO para ver que también hay pintura mexicana “contemporánea-contemporánea”.

Si bajo su propia admisión la Dra. del Conde ya no está capacitada ni tiene las credenciales para dirigir un museo de arte moderno (lo cual se corrobora en el anacrónico programa del MAM), hay que preguntar a las autoridades pertinentes por qué diantres sigue ella en su puesto.