De Kooning primero, Mena al final

(02-Abr-1997).-
En memoria de Willem de Kooning (1904-1997).

Alfonso Mena “Perro Negro” Museo del Palacio de Bellas Artes, hasta el 15 de junio

Hace dos semanas murió el pintor más influyente de la segunda mitad del siglo. Afligido por el síndrome de Alzheimer, Willem de Kooning había dejado de pintar una década antes de su muerte, a los 92 años. Sin embargo, la presente exposición de su trabajo tardío en el Museo de Arte Moderno de Nueva York demuestra que su estilo no dejó de evolucionar, nunca se conformó con logros anteriores. Quizá la cima pictórica de De Kooning es Excavation, un enorme lienzo abstracto pintado en 1950 (exactamente a la mitad del siglo y de su vida) que hoy es pilar de la colección del Art Institute de Chicago. Excavation consolidó en definitiva los logros del expresionismo abstracto; en ella desemboca el trazo automatizado de Gorky, los estratos superimpuestos de Kline y la sensación de inmanencia (all-overness) de Pollock. Desde entonces, la pintura no se entendería más como mero vehículo de representación sino como testimonio de actividad que comunica gracias a las tensiones implícitas en el medio y su manejo, no a través de símbolos o códigos establecidos.

El legado de De Kooning queda ante todo en su obra, pero también en el impacto que ella produjo en el desenvolvimiento de la pintura moderna. En palabras del pintor Al Heid, De Kooning estableció el vocabulario con el cual los pintores que le siguieron podrían pintar sus encuniados personales. Ya en 1955 el crítico-gurú Clement Greenberg escribía en su seminal “American-Type Painting”:

“De Kooning… encuentra ventajas, pero también peligros, al tener las ambiciones pictóricas más vastas de las de cualquier artista hoy activo… El vislumbra un estilo obviamente grandioso y heroico, y si llegara a concretar todos sus propósitos el avance de la pintura tendría que suspenderse por un tiempo, pues habría establecido tanto sus límites pasados como futuros”.

Greenberg anticipó acertadamente que el empuje de la estética dekooniana sería neutralizado por los efectos de su eventual estilización en manos de otros. La advertencia expiró no porque los límites pictóricos se hayan expandido más allá de lo que De Kooning anunciaba, sino porque, a inicios de la década de los 70, el progreso histórico de la pintura dejó de estar sometido a esos límites… pero no así en México.

Ese estilo heroico y grandioso señalado por Greenberg echó raíces aquí en los años 60, con la generación de Lilia Carrillo, Manuel Felguérez y Fernando García Ponce, quienes, para resguardarse del acecho de la historia, proyectaron un espejismo de “universalidad” y conformaron el culto esteticista conocido hoy como “pintura-pintura”. Alfonso Mena nació con el abstraccionismo de “la Ruptura”, se nutrió y maduró paralelamente y a sus 35 años dominaba perfectamente la liturgia del “pintar de los pintares”.

Aludiendo esquemáticamente al espacio del paisaje, como De Kooning gustaba, Mena explota con envidiable destreza y energía las cualidades físicas del medio; la fluidez, la transparencia y el cuerpo de la pintura. A diferencia de la última época del maestro holandés-estadounidense, quien enfatizaba la fluidez con trazos de colores primarios rítmicamente alternados, el joven mexicano se concentra en el cuerpo de la pintura, dejando que escurra, diluida verticalmente sobre gruesos impastos, produciendo efectos inusitados en tonos de tierras y colores grisáceos. En De Kooning, el intelecto se fusiona con el trayecto del pincel. Mena, entretanto, deja que el medio en sí dirija el recorrido de la mano para rellenar los espacios de la tela.

Los contrastantes tipos de marcas con que Mena construye sus superficies (chorreados, brochazos, empastes, sobados, veladuras, rasgados, delineados) y la vehemencia con la cual las coloca, debieran hacerlas resonar con intensa expresividad. De hecho sucede lo contrario; sus colores coordinados, sus composiciones con ritmos interesantes, su apropiado balance entre lo calculado y lo aleatorio y hasta sus marcos forrados de plomo se conforman tan cómodamente al canon, que el efecto resulta enteramente epicúreo. Prolífico y talentoso, Alfonso Mena produce las pinturas más elegantemente estilizadas del País; un gusto impecable justifica su popularidad entre los coleccionistas y los jerarcas del INBA.

No es para extrañarse el que precisamente Mena haya sido elegido para ser uno de los pintores más jóvenes en exponer individualmente en el Palacio de Bellas Artes. Pues en un México tan adepto hoy a la continuidad, los artistas que son consagrados oficialmente, lo son porque conforman una línea artística predecible y a la par con las conservadoras expectativas del establishment. Si la dinastía oaxaqueña tiene ya su príncipe heredero en Sergio Hernández, entonces Alfonso Mena ha sido señalado como el nuevo gallo del PRI (Pintores de la Ruptura Institucionalizada).

A lo mejor, como al mismo Rembrandt, el éxito temprano le motive a encaminarse hacia una práctica menos complaciente y más crítica, que supere las tramas seductoras del grand style previsto por Greenberg. Y si lograra además atraer a sus fieles e influyentes mecenas hacia un lugar estético menos común, eso sí que sería grandioso y heroico.