Exit Express. Madrid.

Abril, 2005

 

Bodyworlds

California Science Center, Los Ángeles

 

 

Motivo de asombro y controversia, los cadáveres plastificados por el equipo del Profesor Gunther von Hagens se han expuesto ininterrumpidamente desde 1995 en museos de ciencias alrededor del mundo. Dieciséis millones de personas han recorrido la exposición Bodyworlds, asegurándole su lugar en la Guiness como la itinerante con mayor afluencia pública en récord, superando incluso a ese otro cadáver viajero, Tutankhamen.

 

Los propósitos declarados de von Hagens son principalmente de orden pedagógico. Gracias a un proceso novedoso, los cadáveres se conservan con polímeros, epóxicos y silicones para el estudio anatómico del cuerpo humano. Sin embargo, von Hagens no se conforma con proveer modelos prostéticos para estudiantes de medicina, sino además aspira a desperdigar el saber entre los pedestres. Para atraer a las multitudes, von Hagens recurre a montajes donde, por ejemplo, el cadáver diseccionado monta una bicicleta, juega básquetbol o carga su propia piel como un manto. La referencia popular y taquillera no deja de ser el film de horror hollywoodense.

 

¿Cabe hablar de estos montajes como obras de arte, por decir, plástico? Para empezar, Von Hagens emula desde su persona nada menos que a Joseph Beuys (viste siempre una cazadora y un sombrero ad-hoc para recalcar el parecido que de por sí es fisonómico).  Las referencias al arte son evidentes en varios montajes. A un modelo en posición de correr se le han seccionado y extendido los músculos para simular el aerodinamismo del movimiento, emparentándose con la escultura futurista de Boccioni. Otro personaje tiene “cajones” en el tórax tipo Dalí. Estos despliegues se someten a una normatividad supuestamente estetizante. Según la fórmula de von Hagens, la “belleza” de un cadáver plastificado recae en las siguientes consideraciones:1) disecciones claras y precisas, 2) poses naturales con músculos flexionados, 3) formas bien preservadas, 4) vistas armoniosas hacia el interior del cuerpo, 5) estructuras proporcionadas, 6) colores “vivos”, 7) olores eliminados, 8) sangre solidificada o drenada. Al margen de la cuestionable eficacia del recetario, queda claro que los cadáveres de von Hagens, más que especimenes, son artefactos complejos dentro del plano cultural. Lo único que quedaría pendiente para certificarlos como arte es el espaldarazo institucional.

 

Desafortunadamente, para estetas como uno, los von Hagens se desmoronan ante la disección crítica. A pesar de su descripción minuciosa y exacta, estos desdichados emplastecidos no provocan la cruda sensación de confrontarnos con nuestras propias entrañas; la promesa de inmediatez queda lejos de cumplirse. La razón es la siguiente: El proceso de conservación elimina los líquidos y las grasas de los tejidos (alrededor del 80% de su volumen) por medio de un baño de acetona, el cual merma a su vez los colores nativos. Von Hagens pretende enmascarar el color perdido del tejido tiñendo las resinas de impregnación. Contra el afán ilusionista, el resultado es un modelo cuya coloración es sospechosa y que responde a la luz como lo hace un trozo de plástico. Lo que von Hagens nos ofrece finalmente se origina, cierto, en un cuerpo humano real, pero termina siendo 80% plástico maquillado.

 

Comparemos lo que sucede con tejidos envasados en formol. En sentido tanto metafórico como metonímico, la eliminación del color es producto de la eliminación de la vitalidad, por lo cual la decoloración es precisamente lo que permite al tejido preservado traducirse en un potente memento mori, enmarcado por la evidencia inapelable del formol.

 

A pesar de mi desencanto, reconozco que el proceso ideado por von Hagens posee potencial plástico (en el sentido artístico), pero se necesitaría un artista agudo para explotarlo. Si bien el mitificante y populachero Beuys promulgaba que todos somos artistas, von Hagens nos demuestra que la insuficiencia de sensibilidad artística no puede esconderse ni bajo el sombrero del gurú. Si de hacer esculturas se trata, yo le sugeriría a von Hagens contener su megalomanía y organizar residencias de artista en su laboratorio. Con suerte un Tom Friedman o una Jessica Stockholder podrían interesarse…