(23-Oct-1996).-

Asuntos de importancia

A la pregunta “¿Por qué es importante el arte?” durante el V Foro Internacional de Teoría de Arte Contemporáneo en Guadalajara, alguien en el público respondió retóricamente con una semi amenaza “…nada más imaginemos qué sería de nosotros sin arte…”

Aceptemos el reto y tratemos de imaginar… Sin arte no habría museos, ni galerías, ni artistas, ni críticos, ni curadores, ni libros de arte y tampoco revistas, ni tiendas de materiales para artistas, ni noticieros culturales, ni ministerios de cultura, ni academias, ni talleres de apreciación artística, ni centros de investigaciones estéticas, ni sistema nacional de creadores, ni ferias de arte, ni columnas de crítica como ésta. Y los que nos dedicamos al arte, pues seguramente nos dedicaríamos a otras cosas. Tal vez a la filosofía, a las matemáticas puras, al ajedrez, a la astrología, al nado sincronizado, o a alguna cosa inútil. O inclusive algunos de entre nosotros abrirían antros bohemios, o buscarían chamba en Televisa, o se iniciarían en el cyber-terrorismo. Sin arte habría una opción menos para domesticar a jóvenes desadaptados y a niñas “bien” sin vocación, así como para decidir qué regalar en las bodas y para saturar los itinerarios de los viajes a París y Nueva York.

Si un día despertáramos en un mundo sin arte, francamente, pocos se percatarían de la tragedia, a menos les importaría y a aún menos les afectaría. Y entre estos pocos quizás estaría usted, que ya llegó al tercer párrafo de esta columna. ¿Qué haría usted sin esta columna? ¿Estaría leyendo sobre el arbitraje del partido de anoche en la sección Deportes? ¿Buscaría a sus conocidos en las fotos de Sociales? ¿Le daría otra oportunidad a la prosa melosa de la señora Loaeza? Cualquiera que sea la razón por la cual usted está leyendo esto, esa puede ser una de las respuestas putativas a la pregunta de por qué el arte es (o no es tan) importante.

Veamos, usted podrá pensar que el arte es necesario para llenar nuestros vacíos espirituales, para enaltecer la cultura nacional, para consolidar los estratos metafísicos del cosmos. O si usted simpatiza con la vanguardia crítica, podrá pensar que el arte sirve para desmoronar ideologías represivas y sabotear los mecanismos de poder del capitalismo tardío. O tal vez le late que el arte es, sin tanto buscarle, chiro. Podríamos debatir largo y tendido sobre estos asuntos, sin llegar a ningún consenso sensato.

De hecho, resulta más interesante el por qué nos preguntamos por qué el arte es importante. La pregunta original presume que hay algo llamado “arte” y que puede, o no, ser “importante”. Pero “arte” no es, como parecen asumir quienes formulan la pregunta, una esencia platónica que resplandece por igual a través de las obras de arte del mundo tangible. Si acaso, como lo ha demostrado el filósofo Richard Wolheim, “arte” se llama al conjunto de obras de arte existentes; buenas, regulares y malas. Acudiendo a la enorme gama de adjetivos para caracterizar apropiadamente a estas obras, siempre y cuando operen dentro del discurso artístico, podemos llamar a la Mona Lisa, a la Capilla Sixtina o al Guernica “importantes”. Fuera de este contexto, el sentido de “importancia” se vuelve turbio; una pintura importante y de grandes repercusiones sería la que no consiguió el ingreso de un joven artista llamado Adolf Hitler a la Academia de Bellas Artes.

El sentido en que el arte es indiscutiblemente importante fuera del discurso estético más bien es en función de para quiénes es importante, qué tan importantes son esos “quienes”, y qué tan importante es el arte para esos “quienes” importantes. Y por supuesto depende también de por qué esos “quienes” piensan que el arte es importante. Por ejemplo, es reconfortante y hasta estratégicamente ventajoso para la clase dirigente el generar la ilusión de que la producción cultural del País está a la altura de la producción cultural de los países desarrollados, como evidentemente no sucede con el PIB ni con el ingreso per cápita, pues gracias a nuestra ilustre Cultura seguiremos dando la impresión de ser un pueblo civilizado, a pesar de que los encabezados recientes de los periódicos sugieran lo opuesto. Sólo así podemos medir la importancia del arte en la escala con la cual se mide, por ejemplo, la importancia de reducir la inflación a un sólo dígito. Claro, esta analogía no satisfacería a aquellos que quieren convencernos de la “importancia” del arte.