(26-May-1999).-
Punto ciego

Art & Idea

Parque España 47, colonia Condesa.

Abierto de miércoles a viernes de 5:00 a 20:00 horas, hasta el 18 de junio.

La luz, en tanto fenómeno e idea, ha sido aprovechada como modelo, como símbolo y como medio maleable a lo largo de la historia del arte. La luz se ha interpretado como evidencia divina, como condicionante natural, como intermediadora entre el plano físico y el sicológico. Un vistazo cursivo al pasado delata que la concepción epistémica de la luz influye en, sino es que determina, el arte que la época produce. La luz divina se expresaba en los iconos medievales a través de planos dorados. El naturalismo del Renacimiento, logrado no sólo gracias al manejo de la perspectiva albertiana sino también a la perspectiva del color articulada por Da Vinci, correspodía y sostenía al humanismo de la época. Los impresionistas quisieron plasmar científicamente en sus lienzos la esencia de la interacción de la luz con los objetos en la psique del observador. Más recientemente, artistas como Dan Flavin, James Turrel y Robert Irwin destilaron el color desmaterializándolo en luminosidad pura.

La muestra que Eduardo Abaroa ha organizado para Art & Idea es un eslabón más en esta tradición, con todo y que el barniz post-conceptual de los artistas convocados pueda parecer mermar la continuidad arte-histórica. Afortunadamente, no nos encontramos aquí con meras recreaciones de alegorías ya muy manoseadas, sino con un conjunto de obras que, en torno a la luminosa cuestión, expresan un patetismo característico de la susodicha Generación X.

La luz siempre fue artículo y símbolo de calidez, de claridad. Sin embargo, como Abaroa lo propone, la luz artificial ha venido a dificultar estas asociaciones, y ahora, dice él, “los humanos de las sociedades contemporáneas hemos quedado en un estado general de deslumbramiento”. El título, Punto ciego, se refiere a esos espacios en la superficie retinal que no captan información óptica, pero que sicológicamente se “rellenan” en nuestra percepción para evitarnos la inconveniencia de tener hoyos negros en el campo visual. Así, esta exposición busca cartografear ese malestar generacional que se entretiene entre el deslumbramiento y el hoyo negro.

Si acaso la predecible estética délfica del “Yo sólo se que no se nada” sale a relucir aquí, no deja de llamar la atención la variedad de formas que toma. Primero que nada, para desestabilizar la metáfora tradicional, hay que desestabilizar el fenómeno que la sostiene, y para esto Miguel Mendoza ha montado en un cuarto oscuro una pantalla cubierta con material fosforecente sobre la cual el público plasma sombras proyectadas por una lámpara de “luz negra”. El desfase temporal que ocurre entre el objeto y su sombra busca poner en entredicho categorías derivadas empíricamente acerca de las relaciones entre la luz y la materia.

Otro desfase, en este caso contextual, se ofrece en Planes (1999), de Erwin Redl, donde grandes retículas de luces rojas ondulan a través del espacio inicialmente indistinto de otra sala oscurecida, al estilo de los formalismos universalistas de Light & Space. Sin embargo, al acostumbrarse nuestros ojos a la penumbra, la experiencia termina visualizándose en el aquí y ahora, en una casa semiabandonada de la colonia Condesa.

El abandono cínico y pesimista al cual desemboca la délfica X se repite en obras de orden semiótico de Fernando Ortega, Stefan Bruggeman y Jonathan Hernández. De este último, por ejemplo, un inflable en forma de foco, ya ponchado y colgado de la pared, significa lo que su título: No Idea (1999).

Pero si bien el espíritu de frustración ante las posibilidades que le quedan al artista actual es constante en estas obras, hay dos más que por lo menos se niegan a resignarse.

Seis pruebas de visión y block de notas (1999) de Pedro Reyes, es una amalgama de modestos proyectos que, en su conjunto, ponen en juego diversas estrategias de desestabilización referencial sin ningún fin aparente: ¿Cuál será la relación, digamos, entre la curiosa simile “Time flies like an arrow, fruit flies like a banana” -deletreada con teclas de computadora- y el letrero luminoso Sleep mode, que usa sus LEDs sólo para trazar burbujillas ascendentes? ¿Y a su vez que tienen éstas que ver con The empty structure of a screen, una estructura para espectacular en miniatura? Pareciera que todas estas piezas se diseñaron para autosabotearse, pero la necia persistencia de Reyes indica que hay algo más, todavía inasible, que se su proyecto promete.

Queda por verse si el autor pretende utilizar esta promesa, precisamente, como su medio de acción, o bien se atreviera, incluso, a cumplirla.

Finalmente, una colaboración entre Iñaki Bonillas y D.J. Sondera se ha traducido en una pieza tan fascinante como sencilla. Un estéreo toca un loop que reproduce cortes de diversas canciones de grupos de rock. La palabra “light” (traducible como luz o ligereza) se repite una y otra vez, pero en cada una cambia la textura, la cadencia, el tono. El collage sonoro no tiene un ritmo fijo en el sentido tradicional, pero sí una regularidad lograda con el incesante morfema. La inesperada complejidad musical de la pieza puede entretener la atención de uno por un buen rato hasta transportarla a un plano mántrico, o hasta darse cuenta (y esto gracias al contador del reproductor de CD’s) de que el loop dura sólo 12 segundos. Al poner los pies nuevamente en la tierra, uno puede dar las gracias de que en el mundo X no todos los callejones son sin salida.