Aires arquitectónicos defequenses

(27-Ago-1997).-
Recuperación del Museo-Estudio Diego Rivera-Frida Kahlo. Calle Diego Rivera No 2, esquina Altavista, Colonia San Angel Inn

Abierto de martes a domingo de 10:00 a 18:00 horas

La arquitectura es las más conspicua de las artes. Mientras las demás artes pueden ser ignoradas a discreción de los intereses de cada quien, no sucede así con la arquitectura; sea buena o mala, funcional o inepta, si queremos vivir en sociedad debemos someternos a sus caprichos. Por lo demás, considerando una de las aptitudes de las artes el representar a su entorno cultural, ideológico e histórico y en esta tarea la arquitectura posiblemente sobresale también. Pues, más allá de las virtudes formales adjudicables al diseño de tal o cual edificio, la erección de éstos concerta fuerzas económicas y políticas que impregnan y hasta definen los significados atribuidos a ellos.

Es natural, entonces, que la desconcertante estética de la Ciudad de México moderna (el caos funcional y visual derivado de la arbitrariedad reluciente en proyectos por doquier -ostentosos o humildes- y de la imposibilidad de planificar a largo plazo) es el preciso reflejo de las mañas del ejercicio del poder en nuestro idiosincrásico régimen de totalitarismos sexenales.

Desde esta perspectiva, no sorprende encontrar que el patrimonio arquitectónico de la Nación, es decir, los edificios protegidos por el INBA y el INAH, van desde lo prehispánico y, aparentemente, sólo hasta lo porfiriano. Entretanto, el acorralamiento urbano provocado por el cerrojazo del cinturón de pobreza que en los años 70 estranguló el sueño expansionista de las ciudades-satélite clasemedieras ha desencadenado una epidemia de regeneraciones mutantes que acaba con respetables y cada vez más escasos ejemplos de residencias y edificios art-deco de los 20, colonial-californianos y bauhasianos de los 30 y 40, así como modernistas de los 50 y 60.

Quienes crecimos en la Capital hemos sido testigos de estas interminables “remodelaciones” de talacha pseudo-arquitectónica predestinada casi siempre al desvarío y, en las ocasiones afortunadas, a la mediocridad.

En cuanto a objeto de apreciación en el País, la arquitectura posrevolucionaria habita un limbo, tal como la historia posrevolucionaria; pues la ideología revolucionaria-institucional requiere considerar a todo lo posterior a 1920 como “nuestro presente”, ese embrollo que seguimos esclareciendo para que en algún milenio próximo se resuelva y reditúe (si no en éste que viene, seguro en el siguiente).

Comienzan a darse señales de un cambio de actitud por parte de las autoridades, indicado por el reciente rescate del estudio que Juan O’Gorman construyera para Diego y Frida en 1931-32, adaptando la visión de Le Corbusier en un modernismo low-tech mexicaine. La restauración afortunadamente se apegó al austero plano original y se detalló de acuerdo a la documentación existente (Guillermo Kahlo fotografió la obra al terminarse). Manteniéndose al margen de un efectismo rebuscado, la ambientación recobró desde las muy mexicanas franjas de azul cobalto en las paredes interiores hasta el característico bardeado de cactus que tienen la marca de Frida. Claro, el lugar es mucho más que un edificio vanguardista, y a lo mejor necesitó de la mística de la celebrada pareja para ser notado. Pero si rebasamos la cuestión sentimental y muy au courant de explotar todo lo relacionado con el melodrama de D&F, lo alentador de que el proyecto de O’Gorman se haya restaurado a su estado original es el reconocimiento implícito, por parte del INBA, de que el modernismo arquitectónico debe ser salvaguardado como el resto del patrimonio nacional. A su vez, esto puede dar a entender a los optimistas, correspondiendo los impulsos zedillistas de rompimiento con los agotados esquemas de poder, que el presente oficial, finalmente se desprende del “presente” revolucionario-institucional, el cual puede comenzar a verse y tratarse como pasado.

Sin embargo, ya es demasiado tarde para esperar que el entorno arquitectónico de la Ciudad pueda recuperar el atractivo que alguna vez, nos dicen, tuvo. En adelante no serán los estetas quienes se regocijen ante ella, sino los analistas posmodernos que aquí encuentran una fuente inagotable de contradicciones dispuestas a conformarse a sus presunciones deconstructivistas.

Sobre el INBA ahora recae la labor de identificar, catalogar y salvar de entre la ruina urbana la poca arquitectura moderna de interés que sigue en pie. Un paso más en esta dirección parece ser la restauración en proceso del muy sobrio edifico del IMSS en la Avenida Reforma, terminado en 1947 por el arquitecto Carlos Obregón Santacilia. Pero un paso atrás son los reportes de que la Torre Latinoamericana, el único rascacielos de México (no tanto por su altura sino por sus ambiciones), será completamente remodelada para embonar con el controvertido Proyecto Alameda. ¿Acaso la “manita” que victimó a la Torre de la Lotería Nacional no fue suficiente lección? Es hora de entender que el patrimonio artístico del País, incluyendo el arquitectónico, sobrepasa los gustos pasajeros de las élites que tienen los medios para protegerlo, pero también para destruirlo.