Agendas, alcantarillas y arte

(28-Oct-1998).-
En casi cualquier lugar se adivinaría que las ratas y el arte contemporáneo se parecen en que ambos son intimidantes, escurridizos y pueden llegar a dar rabia. Pero en el caso del entorno mexicano de los últimos años, el símil se extiende a que a ambos se les encuentra en lugares arruinados y abandonados. De edificios venidos a menos han surgido espacios como Salón des Aztecas, Temístocles 44 y La Panadería, iniciativas de artistas y promotores jóvenes resignados a ocupar construcciones en desuso para poder desarrollar proyectos que en su momento difícilmente hubieran tenido cabida en espacios oficiales.

Quizás el éxito crítico obtenido por estos emprendedores incitó a las autoridades culturales del gobierno a pensar que el arte contemporáneo, como las ratas, se adapta a cualquier situación, por desfavorable que sea. Siguiendo esta lógica podemos imaginar las razones para la asignación del templo de Santa Teresa la Antigua, antes inutilizado por estar a punto de irse de lado, a las “artes alternativas”-sin atender a que sus características físicas de dicha estructura no se prestan para exhibir arte y que posiblemente su utilización como foro de performance (donde en ocasiones participan cientos de personas y se producen tremendas reverberaciones de sonido) puede poner en riesgo la ya mermada solidez del edificio, y no se diga la de los concurrentes.

La ilusión de infinita adaptabilidad del arte contemporáneo también anticipa la rectificación aplicada al Centro Nacional de las Artes ante el descuido de no esbozar en el plano original una sala de exposiciones diseñada ex profeso para hacer lucir a las artes visuales. En tanto, sí se incluía una de conciertos y un teatro de primer nivel. Así, una vez agotado el presupuesto, se optó por adecuar miserablemente como galería a un otrora inservible agujero arquitectónico.

Una encrucijada en esta irónica institucionalización de la museología de alcantarilla es la muestra titulada En crudo, recién montada en una descuidada ala del edificio del Museo Nacional de Arte, la cual apenas fue desalojada por la Secretaría de Comunicaciones y está todavía por reacondicionarse. En crudo convoca a algunos de los artistas más sonados entre los jóvenes capitalinos de vanguardia y ha sido concebida e impulsada por Robert Littman -sorpresivamente, pues, durante su larga gestión como curador del hoy difunto Centro Cultural Arte Contemporáneo, poco se preocupó por difundir en ese recinto al arte contemporáneo mexicano. Resulta curioso cómo Littman ahora se une a los promotores del mismo arte que, gracias al desdén ejemplificado por este curador en su práctica anterior, ha sido forzado a desenvolverse en ese abandono que de pronto le parece tan sexy.

La incursión en el arte vanguardista por parte del muy respetado museo dedicado al arte de 1600 a 1950 obedece, asimismo, a la marcada confusión de la presente distribución museística del INBA. De hecho, es posible que la creación del propio MUNAL en 1982 haya sido el detonante de esta confusión, ya que su campo de difusión de entrada se entrometería en las agendas anteriormente designadas para el Museo Nacional del Virreinato, el de San Carlos y el de Arte Moderno. Con En crudo, ahora el MUNAL se adentra en terrenos del Carrillo Gil. Y sumándose al embrollo, a los museos de San Ildefonso y Bellas Artes no se les restringe su campo de difusión, quedando en libertad de montar proyectos que, según el ordenamiento original del INBA, corresponderían a otros museos.

Por encima de gozar de ventajosas licencias, las grandes y más ostentosas exposiciones se han llevado precisamente al MUNAL, a Bellas Artes y a San Ildefonso, mientras que los programas del MAM, del Tamayo y del Carrillo Gil apenas pueden disimular las sofocantes limitaciones de los recursos que les son asignados. Seguramente razones tanto estructurales como políticas ocasionan estos desbalances, pero la víctima circunstancial de todo esto ha sido, nuevamente, el arte contemporáneo mexicano, pues son los museos más desamparados los que cargan con la responsabilidad de apoyar concienzudamente su producción, su difusión y la generación de un acervo de trascendencia para la nación.

Para desmoronar la ilusión de que el arte contemporáneo sorteará por sí solo contrariedades como las mencionadas basta con notar que no hay en México museos que agrupen digna y sistemáticamente las piezas clave de los artistas más significativos de los últimos 40 años. A partir de que los esquemas de adquisición del Gobierno han sido y son inconsecuentes, la historia del arte mexicano desde los 60 se encuentra perdida en el espacio. De aquí la tendencia de ciertos artistas ya mayores de verse en la nece(si)dad de instituir sus museos personales (Cuevas, Nishizawa, Coronel, Felguérez, Sebastián). Y de aquí la paradoja de que dicha proliferación de museos tampoco ha ayudado a que el público logre entender, apreciar y disfrutar del desarrollo histórico y estético del arte mexicano reciente.

En resumen, la adopción de la estética de alcantarilla por parte del venerable MUNAL no representa una apertura beneficiosa para el arte contemporáneo sino, por el contrario, el final de un cul de sac, el cual sólo se podrá superar cuando las autoridades pertinentes decidan enmendar el enredado e inoperante organigrama de los museos oficiales para entonces poder diseñar un plan orgánico de aprovechamiento de los recursos existentes de acuerdo con prioridades que favorezcan con sensatez a la cultura actual del país, en lugar de seguir alimentando algunas efímeras y desperdigadas vanidades. La viabilidad del rescate museológico del arte mexicano reciente requiere de un liderazgo con visión y voluntad; se presta así como un proyecto con el cual Rafael Tovar y de Teresa podría culminar muy acertadamente su transexenal compromiso como orquestador de los destinos artísticos de la nación.